Este hecho aconteció en la antesala de la guerra del chaco, hubo una familia de comerciantes que radicaba ya desde muchos años atrás en esta hermosa ciudad, los negocios le marchaban viento en popa, la noble familia había tenido hace unos quince a dieciséis años antes de la guerra una hermosa hija a la que le dieron el nombre de Albina.
Cierto día llegó un joven, no sabemos de donde , si del norte o del sur, pero las facciones bellas varoniles, la piel más color canela y broncínea , nos decía de un mancebo que tenía más caracteres de tarijeño, que de algún otro lugar.
Aníbal , mozo de grandes recursos, y de una florida y cultivada lengua, de finos modales , logró acercarse a la orgullosa y pretenciosa Albina, y aunque su economía parecía no ser muy buena logró cautivar a la bella muchacha, flor rara de las tierras fronterizas del sud.
Habían pasado sólo unas cuantas semanas , los dos jóvenes se rendían ante los primeros florecimientos del amor, un noviazgo muy corto, porque en ello se recibían noticias muy aterradoras, en sentido de que Bolivia se aprestaba a entrar en guerra con su vecina Paraguay, salieron los llamamientos a presentarse en los diferentes cuarteles para poder ir a defender la patria , Aníbal orgulloso de ser varón y queriendo hacer honor a su condición de hombre y además de valiente, se fue para el centro de reclutamiento más cercano.
Albina , sumida en su dolor, llorando la partida del hombre amado, sin saber si llegaría en tanto Aníbal decía a ella que si él partía , su corazón se quedaba aquí en Villazón con la dueña de su vida, que le traería muchas medallas, en fin él prometía y prometía , la dama confiaba en que esas promesas, se cumplirían , especialmente aquélla que le dijo de que todos los días y todos los minutos que Dios le permitiera estar en la selva endiablada, la recordaría y llevaría por siempre la dicha de aquella noche que le robara lo más preciado de su ser, su honra, y que volvería a desposarla y llevarla al altar, en aquella iglesia aún en construcción.
Pasaron los meses , fiel a su promesa semana a semana Albina se dirigía a los centros de reclutamiento para depositar el sobre en el que ella sellaba su amor por Aníbal, esperando las cartas que seguramente su amado enviaría, y llegaron muchas, muchas, llegaron y también partieron.
Al pasar de los meses las cartas comenzaron a escasear , hasta llegar a perderse en el olvido.
Mientras Aníbal estaba en la campaña, Albina con la ilusión puesta en el retorno había comenzado a bordar como nunca su vestido de novia, terminó la guerra volvieron los soldados, muchos de ellos acabados, otros aún conservando la alegría del retorno, Albina a cada llegada de los contingentes acudía presurosa a esperar a su amado, pero nunca llegó.
Albina vilmente engañada, o quizás involuntariamente olvidada o tal vez por la muerte separada, se sumergió en un mar de lágrimas hasta marchitar su belleza.
Pasaron muchos años desde la contienda y un día las campanas de la iglesia repicaron llamando a la primera misa que se haría en ese santo lugar, la promesa no se habría de cumplir, allí se encontraba ella, descuidada, con la mirada puesta al infinito. Casi al filo de la media noche, dicen que Albina salió poseída por los malos recuerdos, vestía el hermoso traje de novia que sus manos supieron embellecerlo, llevaba el paso lento y pausado, en las manos apretaba fuertemente un filo cuchillo, quién sabe cuánto tiempo lo conservaba esperando este momento, en medio de sus esperanzas carcomidas por el tiempo, en ese vestido de novia, y se dirigió hacia la flamante iglesia, y frente a la misma, apoyada en la fuente, hundió de un solo golpe la hoja en su pecho y allí quedó la moribunda que fuese recogida por los afligidos padres, y dándole cristiana sepultura.
Pasaron los años, y cuando algún caminante solitario se recoge al filo de la medianoche y cruza la plaza junto a la fuente mirando las puertas de la iglesia, suele ver en ella a una mujer hermosamente vestida de blanco, y que en contraste a las noches claras en que suele aparecer, sus negros ojos resaltan y parece que uno se quedara hechizado ante tanta belleza, pero la visión es sólo un momento, para desaparecer y quien sabe si algún caminante solitario vuelva a verla y quizá encontrarla en alguna noche de luna.
Extraido de: estudio monográfico "de la Capital y Provincia".
Autor : Edgar Daniel Soruco Mendoza.
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